FLASHEANDO CON ENCIAS
Encías Sangrantes se presentó el sábado en La Unión Ferroviaria, como era de esperarse el salón estuvo repleto, el aura del acontecimiento se podría decir. Brindaron un recital extenso que no defraudó en absoluto. La temática elegida esta vez fue la de flashear en colores y la cumplieron ampliamente, el flash de un momento adrenalínico irrepetible.
Ante todo fiesta, caravana, tránsito permanente de la alegria... todo en esa oscuridad fragmentada que es la oscuridad de un recital. Las luces del escenario maquillan el espacio y la atención se centra en las acciones de las tablas, pero la realidad circundante del espectador está saturada de otras percepciones...
Todavía no estaba lleno del todo, las personas podían ir y venir a gusto, y de la consola de sonido disparaban unos hip-hops ultra callejeros (la programación regaló seguramente algún tema de Mustafa Yoda) cuando despacito y de una de las puertas laterales salieron los encargados de encender la velada, una cuerda de tambores anónima que pareció invocar a las entidades que rigen la noche, prefigurando que todo saldría bien.
Luego con la gente ya activada se abrió el telón rojo y un presentador de traje antiguo y sombrero hizo un pequeño monólogo sobre la actividad de flashear en colores, una especie de Enrique Syms pero adecuado a la onda de Encías con todo su bagaje de rock mestizo. El presentador también se encargó de anunciar a La Goudart, que si la memoria de este cronista anda por buen camino, formó parte de Que Rule. Está mina, acompañada unicamente por la negra Sofia (su inseparable viola de carretera), se despachó con tres temas; todos conocidos por los caminantes de recitales, fieles reflejos de excesos de gente común pero también de políticos o policias. Una voz potente para relatar vivencias potentes.
Después el presentador volvió a arremeter con algunas palabras y finalmente gritó el nombre de Encias Sangrantes para que el telón se abriera y dejará a ver a los músicos que dieron el primer paso de la noche con Santa Catalina, un tema acertado para arrancar la presentación, una declaración de principios de este rock que se aleja cada vez más del purismo y se entrecruza con otros imaginarios musicales y estéticos. Hay que decir que los primeros temas sonaron apurados, como si les costara acostumbrarse al sonido, pero esto sólo fue al principio. Como dice el axioma que pregrona el Indio Solari "cuando el carro anda los melones se acomadan" y así se acomodaron las interpretaciones, la banda se relajó y pudo encontrar su mejor forma, amparados en una producción que no deja ningún detalle librado al azar: desde las entradas, las luces, el sonido y las proyecciones que hacen que ese pequeño momento en la noche sea una verdadera experiencia sensorial.
Lejos de esa sensación, que parece sentirse cuando se ven algunas bandas, de "tocar rápido e irse a casa con la guita de la entrada" los de Berisso dividieron el show en dos set extensos que contagiaron en los presentes el deseo de bailar y acompañar a viva voz, olvidándose un poco de todo en esa simbiósis que se forma entre músicos y público. Un comentario aparte merece el pedido casi desesperado de las listas de temas al regreso del intervalo, algunas manos rápidas se hicieron de ellas pero finalmente aparecieron.
Tocaron de todo y para todos los gustos: canciones viejas como Por suerte, o de su hasta ahora único disco como Felicidad y Babylonia, con el infaltable bandoneón de Tobi, el rasta de la Flower Power; temas nuevos que marcan un saludable progreso compositivo como Flores o Hasta. Hubo invitados por ejemplo en Cacerolas, un coro uruguayo que agregó variaciones en distintos registros vocales. Y se despacharon con una versión de Zapata que no tuvo desperdicio. Cerraron con Copate acompañados por un violin preciso y austero, y una aparición espontanea en voz que no es desconocida para que aquellos que asisten desde hace un tiempo, como si finalmente el público tomara el escenario por asalto y sellara esa fusión de artistas y espectadores.
Encías Sangrantes se presentó el sábado en La Unión Ferroviaria, como era de esperarse el salón estuvo repleto, el aura del acontecimiento se podría decir. Brindaron un recital extenso que no defraudó en absoluto. La temática elegida esta vez fue la de flashear en colores y la cumplieron ampliamente, el flash de un momento adrenalínico irrepetible.
Ante todo fiesta, caravana, tránsito permanente de la alegria... todo en esa oscuridad fragmentada que es la oscuridad de un recital. Las luces del escenario maquillan el espacio y la atención se centra en las acciones de las tablas, pero la realidad circundante del espectador está saturada de otras percepciones...
Todavía no estaba lleno del todo, las personas podían ir y venir a gusto, y de la consola de sonido disparaban unos hip-hops ultra callejeros (la programación regaló seguramente algún tema de Mustafa Yoda) cuando despacito y de una de las puertas laterales salieron los encargados de encender la velada, una cuerda de tambores anónima que pareció invocar a las entidades que rigen la noche, prefigurando que todo saldría bien.
Luego con la gente ya activada se abrió el telón rojo y un presentador de traje antiguo y sombrero hizo un pequeño monólogo sobre la actividad de flashear en colores, una especie de Enrique Syms pero adecuado a la onda de Encías con todo su bagaje de rock mestizo. El presentador también se encargó de anunciar a La Goudart, que si la memoria de este cronista anda por buen camino, formó parte de Que Rule. Está mina, acompañada unicamente por la negra Sofia (su inseparable viola de carretera), se despachó con tres temas; todos conocidos por los caminantes de recitales, fieles reflejos de excesos de gente común pero también de políticos o policias. Una voz potente para relatar vivencias potentes.
Después el presentador volvió a arremeter con algunas palabras y finalmente gritó el nombre de Encias Sangrantes para que el telón se abriera y dejará a ver a los músicos que dieron el primer paso de la noche con Santa Catalina, un tema acertado para arrancar la presentación, una declaración de principios de este rock que se aleja cada vez más del purismo y se entrecruza con otros imaginarios musicales y estéticos. Hay que decir que los primeros temas sonaron apurados, como si les costara acostumbrarse al sonido, pero esto sólo fue al principio. Como dice el axioma que pregrona el Indio Solari "cuando el carro anda los melones se acomadan" y así se acomodaron las interpretaciones, la banda se relajó y pudo encontrar su mejor forma, amparados en una producción que no deja ningún detalle librado al azar: desde las entradas, las luces, el sonido y las proyecciones que hacen que ese pequeño momento en la noche sea una verdadera experiencia sensorial.
Lejos de esa sensación, que parece sentirse cuando se ven algunas bandas, de "tocar rápido e irse a casa con la guita de la entrada" los de Berisso dividieron el show en dos set extensos que contagiaron en los presentes el deseo de bailar y acompañar a viva voz, olvidándose un poco de todo en esa simbiósis que se forma entre músicos y público. Un comentario aparte merece el pedido casi desesperado de las listas de temas al regreso del intervalo, algunas manos rápidas se hicieron de ellas pero finalmente aparecieron.
Tocaron de todo y para todos los gustos: canciones viejas como Por suerte, o de su hasta ahora único disco como Felicidad y Babylonia, con el infaltable bandoneón de Tobi, el rasta de la Flower Power; temas nuevos que marcan un saludable progreso compositivo como Flores o Hasta. Hubo invitados por ejemplo en Cacerolas, un coro uruguayo que agregó variaciones en distintos registros vocales. Y se despacharon con una versión de Zapata que no tuvo desperdicio. Cerraron con Copate acompañados por un violin preciso y austero, y una aparición espontanea en voz que no es desconocida para que aquellos que asisten desde hace un tiempo, como si finalmente el público tomara el escenario por asalto y sellara esa fusión de artistas y espectadores.
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